Desde el 20 de diciembre del pasado año hasta que el jefe del Estado,  el rey Felipe VI, llamó por segunda vez a los líderes de los partidos políticos con representación parlamentaria -declinaron asistir a Zarzuela los proetarras de Bildu y los independentistas de Esquerra Republicana de Cataluña, allá ellos- se han vivido cuatro meses de tensiones políticas y de intrigas continuas. Sin embargo, se equivoca si hay alguien que piense que el tiempo de las intrigas se ha terminado. Entramos en otra fase, pero las intrigas continuaran estando muy presentes; si no que se lo pregunten a Sánchez a cuenta de la confección de las listas en Madrid, tras la espantada de Chacón que ha descolocado de Batet, y la de Irene Lozano. La intriga es consustancial al poder y, en consecuencia, a la política y, si hay quien lo dude que lea “Fouché, el genio tenebroso”, de Stefan Sweig. Sepa el lector que Sweig no escogió a Fouché para escribir su biografía porque le pareciese una personaje atractivo de la historia -lo consideraba un sujeto inmoral que, en una época convulsa, ejerció un enorme poder y manejó la intriga con habilidad suficiente como para sobrevivir a todos los avatares de un tiempo que condujo a la guillotina a buena parte de los hombres que en su Francia natal ejercieron el poder-, sino porque le pareció un político representativo de su época, donde sólo era posible ejercer el poder y sobrevivir siendo un maestro de la intriga.

Nadie piense que planteo una comparación entre Fouché y algún político de nuestro tiempo. Tampoco creo que se deba establecer una relación entre su tiempo histórico -finales del siglo XVIII y principios del XIX- y el nuestro. Sólo lo he traído a colación para señalar la importancia de la intriga en la vida política de forma continuada y permanente.

Pero la intriga de estos meses pasados merece capítulo aparte, aunque no creo que vaya a pasar a los anales, pese a las rimbombantes declaraciones de “momentos históricos” con nos han obsequiado un día sí y otro también gentes que, como corresponde a hijos de la Logse, no tienen ni puñetera idea de Historia, ni de otras muchas cosas. Hubo intriga para acordar una cena secreta entre Rajoy y Sánchez, cancelada por el segundo en el último minuto. Hubo intrigas monclovitas para que el Consejo de Estado emitiera un dictamen y  que el rey disolviese las Cortes y convocase nuevas elecciones, incluso antes de la primera ronda de contactos con los líderes políticos. Pero el rey no borboneó al modo en como lo hacía su tatarabuelo. Hubo mucho de intriga en las reuniones secretas mantenidas por Sánchez con los independentistas catalanes, principalmente con Oriol Junqueras. Se intrigó mucho desde un sector de las filas podemitas -pregúntesele a Errejón-, para abortar cualquier intento de cerrar un acuerdo con Sánchez -no me atrevo a decir que con el PSOE- y hubo mucha intriga de última hora en lo que se dio en denominar el pacto de El Pardo para buscar un acuerdo in extremis. Todo ello por no señalar las intrigas que viene protagonizando la presidenta de Andalucía desde que tarifó con el secretario general de su partido, que ella misma puso en el cargo, defenestrando a Madina y a quien considera estos días una especie de santo laico al que ha de recuperarse por el bien del socialismo patrio.

Lo dicho, la intriga es consustancial al poder y a la política, pero la de estos meses dilapidados…

(Publicada en ABC Córdoba el 14 de mayo de 2016 en esta dirección)

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